PUBLICACIÓN: 21-NOV-2025


Caminos de memoria andina:

Voces del Qhapaq Ñan ante la emergencia climática


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Entre los Andes y el cielo, comunidades herederas del “Camino Inca” enfrentan el deshielo de los glaciares, las lluvias impredecibles y la pobreza estructural que amenaza no solo su sustento, sino también la memoria viva de una civilización que aprendió a dialogar con la naturaleza.



Cada 1 de agosto, al amanecer, el padre de Marcelina Zalazar subía al cerro más alto en Santa Rosa de Tastil (Salta), en el noroeste argentino, para observar las piedras. Si al voltearlas sus superficies estaban húmedas, la Pachamama —en su día— le estaba anunciando la llegada de un año lluvioso y bueno para la producción agrícola.

Unos 1.500 km hacia el norte, en el altiplano peruano, las comunidades campesinas siguen mirando el cielo como un gran observatorio. Si la celebración del Inti Raymi (24 de junio) amanece cubierta de nubes y caen gotas, habrá que prepararse para una temporada seca.

Este tipo de prácticas ancestrales se repiten a lo largo del Camino Inca o Qhapaq Ñan, una ruta vinculada a 319 comunidades rurales. En estas poblaciones andinas —distribuidas entre seis países (Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile y Argentina)— el conocimiento heredado les ha permitido recalcular los tiempos de cosecha, cambiar cultivos y programar faenas comunales.

Como refiere un grupo de investigadores colombianos, la adaptación climática no depende únicamente de las condiciones del entorno, sino también de las capacidades de quienes lo habitan. En ese sentido, las percepciones y los saberes tradicionales influyen en los niveles de resiliencia de los agricultores ante la variabilidad del clima. Aunque la brusquedad de las alteraciones actuales ha puesto en tensión estas herramientas.

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La Cordillera de los Andes, la columna vertebral de Sudamérica, está cambiando. En los últimos años, los científicos han remarcado su vulnerabilidad ante la crisis climática. El Camino Inca, más que una huella arqueológica, es hoy una ruta de resistencia donde los pueblos andinos intentan sostener el equilibrio entre tradición, pobreza y cambio climático.

Un estudio reciente, publicado en Nature, proyecta que antes de 2050 se habrá derretido cerca del 40% de los glaciares actuales de esta cadena montañosa. Para esa estimación, los meteorólogos analizaron datos históricos (1990–2019) y usaron modelos climáticos globales para simular el comportamiento del hielo en 778 cuencas andinas.

La investigación también buscó identificar los momentos de máxima pérdida o “picos de agua”, un dato crucial para la seguridad hídrica regional. Saber cuándo se agravará la escorrentía permite anticipar el momento en que los glaciares dejarán de alimentar los ríos que sostienen la vida en altura.

Otro artículo, también difundido este año en la misma revista, confirma un aumento sostenido de la temperatura andina —excepto en Bolivia— durante las últimas cinco décadas (1961–2015). Este incremento, atribuido con alto nivel de confianza a la actividad humana, se refleja en olas de calor, sequías y escasez de agua que comprometen la seguridad alimentaria, provocan migraciones, deterioran la salud y reducen la capacidad hidroeléctrica.

En los Andes, esta crisis es visible a ojos de todos. Las marcas climáticas aparecen tanto en la rutina agrícola —principal fuente de sustento— como en los símbolos patrimoniales que dan sentido de pertenencia.

En los valles de Cusco, en Perú, la superficie sembrada de papa disminuyó en 2024 en más de mil hectáreas respecto al año anterior. Las lluvias torrenciales pudrieron los cultivos y lo cosechado apenas alcanza para el autoconsumo. En los Andes colombianos de Nariño, la sequía amenaza al 47% de la economía campesina.

Los impactos también se manifiestan en los senderos que conducen a las chacras. Desafiando la geografía abrupta, a lo largo de Sudamérica se tejió una red de caminos pedestres para vincular pueblos, trasladar mensajes y comerciar productos. El Sistema Vial Andino alcanzó su máxima expresión en el siglo XV con el Imperio Inca, que aprovechó tramos preexistentes para conectar sus dominios. Desde el sur de Colombia hasta el noroeste argentino, treinta mil kilómetros de senderos otorgaron al territorio una dimensión monumental, pero también de tránsito y comunicación.

Cinco siglos después, los vestigios del Camino Inca —el Qhapaq Ñan— aún se reconocen, en distintos estados de conservación, a lo largo del continente. Reconvertido en bien patrimonial, no ha escapado a la burocracia política. En 2014, tras más de una década de gestiones, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, aunque la categoría se otorgó solo a 616 kilómetros seleccionados.

Las características geográficas, la accesibilidad, el financiamiento y la dificultad de alcanzar consensos entre seis países han complicado su gestión. Para esta investigación se solicitó una entrevista con algún vocero de la UNESCO, pero hasta el cierre de edición no se obtuvo respuesta.

A esos factores se suman las condiciones materiales de quienes aún transitan —o dejaron de hacerlo— los caminos. Además de ubicarse en territorios amenazados por concesiones mineras, las comunidades rurales viven bajo índices de pobreza superiores a la media nacional. En Chile, la pobreza multidimensional en áreas urbanas se situó en torno al 15,5% en 2022, mientras que en zonas rurales alcanzó el 28%, siendo las regiones del norte andino las más afectadas. En Argentina, la proporción de hogares con necesidades básicas insatisfechas es el doble en el campo que en las ciudades.

simbología del mapa unesco

Tramos protegidos por UNESCO

simbología del mapa unesco

Ante las urgencias, las formas de desarrollo no siempre resultan compatibles con la conservación del patrimonio. Mientras se discute cómo preservar la integridad del Camino Inca, los desórdenes climáticos siguen golpeando a los senderos y a las comunidades: inundaciones, deslizamientos y desbordes alteran la fisonomía del paisaje y la memoria colectiva.

En los últimos reportes bianuales que cada Estado debe presentar a la UNESCO sobre el manejo patrimonial, el factor climático figura ya entre las principales amenazas. En Chile se documentaron daños por lluvias intensas en sitios arqueológicos; en Ecuador, incendios; en Perú, avalanchas de tierra que sepultaron tramos del sendero.

Cuatro periodistas de cuatro países andinos nos internamos en los relictos del Qhapaq Ñan para conocer a sus habitantes y escuchar cómo enfrentan los desafíos que la crisis climática —y otros factores— imponen sobre sus vidas. Ellos son herederos de una ruta histórica, cultural y biológica que, aunque fragmentada, ha resistido al paso del tiempo. En este reportaje cruzamos las fronteras contemporáneas para adentrarnos en las experiencias vitales que laten a lo largo de esta vía milenaria. Esas voces nos recuerdan que la emergencia climática también amenaza la conservación de nuestra memoria colectiva.

Lo que sucede en los Andes —una de las regiones más vulnerables del Antropoceno— anticipa las transformaciones que vivirán otras latitudes. Como eje que une geografías, el Qhapaq Ñan puede convertirse en un hilo conductor entre el pasado y el futuro climático. En cada tramo que se pierde, se desvanecen signos de una relación entre la gente y el paisaje que aún podría ofrecernos claves para las luchas de nuestro tiempo.